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Luis Torras, pintor vigués a los 109 años: “No me llegan los días”.

El vigués es el artista más longevo en activo: “Tengo muchas cosas por pintar, pero no tengo tiempo de terminarlas, ni si llego a los 110, que creo que no”

 

Luis Torras, pintor vigués a los 109 años: “No me llegan los días”.El pintor vigués Luis Torras, con varios de sus cuadros el pasado viernes en su estudio.

 

photo_camera El pintor vigués Luis Torras, con varios de sus cuadros el pasado viernes en su estudio.

Ana Baena  - atlantico - 12/feb./22

El vigués es el artista más longevo en activo: “Tengo muchas cosas por pintar, pero no tengo tiempo de terminarlas, ni si llego a los 110, que creo que no”. Anuncia una nueva donación a la Casa das Artes

“Esta obra mía se valorará dentro de cien años, el mundo es así”. Luis Torras nació en Alfonso XIII el 29 de diciembre de 1912. Hace apenas dos meses cumplió 109 años, de los que lleva pintando casi un siglo. Pasión a la que continúa dedicando sus días desde su residencia familiar, a pocos metros de la Praza de España, en la que recibió a Atlántico para mostrar sus últimos trabajos. 

Comenzó de niño, yendo a clases con el profesor Viralles en un piso de Príncipe, encima de la clínica de Olimpia Valencia, tal y como él mismo recuerda, para continuar su formación en la Escuela de Arte de San Fernando en Madrid. Desde entonces el arte ha sido parte esencial de su vida. “Me interesa lograr el mayor efecto en las obras, que sean más persistentes, diáfanas, luminosas, es la búsqueda de la perfección y en eso sigo; mi pintura es una evolución constante para alcanzarla, es algo imposible”. Con una vitalidad y una fuerza en la mirada que sorprenden en un cuerpo tan menudo, insiste en su labor. “Ensayo sobre lo mismo una y otra vez para ver si la solución resiste o no”. 

Le sorprende que le digan que es el hombre más viejo de mundo y que además sigue en activo. “El otro día me dijeron 'con 109 anos xa podes morrer porque a Seguridad Social vaise quedar sen cartos' (risas); este año ya me despido, pero tranquilo; si me voy mañana, pues nada; mientras voy a pintar otra vez, ver si me puedo meter con ese cuadro (el bodegón) que me trae loco”.

Con pasos cortos y rápidos, se mueve con una ligereza pasmosa entre lienzos de diferentes tamaños que almacena en su estudio, donde cada día acude a trabajar. “Ahora estoy preocupado con un bodegón”, muestra los trazos de los elementos que conformarán el cuadro en la superficie blanca: “No me encaja bien, tengo que bajar la figuras, a ver cómo lo hago, me está costando; es la lucha de siempre”.

Al preguntarle sobre su técnica, le cuesta concretar: “Es muy difícil de explicar; dejé la pintura al óleo de siempre y pasé a utilizar una creación mía de temple de huevo y cafeína, o también con cuajada, es una variación de la antigua forma de pintar al fresco”, afirma.

Reconoce que los colores son importantes. Amarillos y verdes dominan sus paisajes: “Soy más realista que otra cosa, mi pintura es distinta a la que hacen otros”. El estudio es su “santo santorum”, un pequeño apartamento en el piso alto de la vivienda familiar, cuyas escaleras sube todas las mañanas sin esfuerzo. Es la misma casa que construyó su padre, el propietario de la Cerería San José, junto a la fábrica en una edificación lindante que aún se conserva y la misma donde falleció su madre, a los 104 años. 

Los cuadros se superponen en las paredes. Muestra con orgullo los dos retratos de su único hijo, de niño y de adulto. A su lado, su mujer, María Jesús Incera. “Va a cumplir 100 años”, anuncia Torras, entre admiración y felicidad. “Llevamos juntos unos 75 años, nosotros ya hemos superado todo eso de las bodas de oro o diamante”. Reservado y muy celoso de su intimidad, no habla de su familia, pero expresa su importancia a través de su obra. Así, María Jesús, en distintas etapas de su vida, es la modelo de varios retratos que cuelgan en la estancia.

“Cualquier tema me sirve, un bodegón, paisaje, figura cualquier cosa”. Torras asegura que no tiene obra favorita, “eso lo tienen que decir los demás, yo no he explotado nada esto”. Asegura que toda su obra “es creación, imaginación, fruto de un proceso mental”. Aunque es metódico en el trabajo, es contundente al afirmar “la inspiración viene sola, si un paisaje me llena, lo hago; si una puesta de sol me gusta, lo mismo”. Sobre si le queda algo pendiente, es rotundo: “No me dan los días, tengo muchas cosas por pintar, pero no tengo tiempo para terminarlas, ni llegando a los 110 años, que creo que no”. Piensa un momento y reflexiona en algo: “Yo ya no debía trabajar; me puedo morir mañana, no me importa, creo ya está bien, uno también tiene derecho a descansar”. Inmediatamente vuelve a decir, “si no tengo enfermedad, tengo la pintura”.

Luis Torras y su esposa, María Jesús Incera, con el retrato de su hijo.Luis Torras y su esposa, María Jesús Incera, con el retrato de su hijo.

NUEVA  DONACIÓN

El legado de Luis Torras a la ciudad, ya se puede visitar en Casa das Artes. En 1998 se creó su colección permanente con una donación al Concello de 50 cuadros que se ampliaron con una cesión posterior de 17. “Pero aún queda espacio que se puede rellenar”, apuntó Torres, desvelando su intención a este periódico: “Voy a seleccionar 30 cuadros de calidad, no cualquier cosa”.

Homenaje en la EMao: “Lo más agradable que me pasó en vida”

Luis Torras, además de referente en la pintura viguesa, es memoria viva de esta ciudad. Tras impartir clase en Madrid, en 1954 empieza en la escuela de Artes e Oficios (EMao): “Estuve una temporada, lo dejé porque el sueldo era muy pequeño y me llevaba mucho tiempo, pero me dio un grupo de pintores, amigos que se han volcado conmigo después de 50 años de estar allí”, apunta refiriéndose al homenaje que le hicieron en 2016, ex-alumnos como Silverio Rivas, Mingos Teixeira, Remigio Davila, Xuxo Vázquez, Pilar Extremoduro o Mª Carmen Miniño. “Es lo más agradable que me pasó en la vida, el recuerdo de otros que me agradecieron por lo que hice, con muchísimo gusto, por ellos, unos compañeros más; sé lo difícil que es comenzar en esto y ayudé a esta gente en lo que he podido”. De la vida cultural viguesa, afirma que “siempre he llevado una vida muy privada, me entero por la prensa lo que ocurre aquí, sé que iban a la tasca de Eligio, poco más”.  Sí trató a Laxeiro, “un gran amigo mío, era barbero y le gustaba mi pintura; como no salía mucho, me lo encontraba y echábamos unas largas charlas; el espíritu de Laxeiro no lo conoce la gente; me respetaba, le gustaba mi pintura, para mí era suficiente. No fallaba nunca, si yo hacía una exposición el primero que estaba allí era Laxeiro; era un tipo muy especial”.

De otros temas prefiere no entrar en detalles como su experiencia en el frente, donde una bala le provocó una sordera de la que no se recuperó: “Tuve momentos difíciles toda la vida, los tres años en la Guerra Civil, con amigos míos en el otro bando, y por qué?”. Reconoce que no le gusta la política, “nada, ya no voy a votar, soy una persona neutral, vivo mi vida, en lo demás no entro; lo que conseguí ha sido por mí”.

“No me atrevo a salir, ni por las luces”

Uno de sus últimos cuadros muestra las luces de Navidad. Lo pintó hace cinco años, antes del gran boom de la Navidad viguesa, “cuando aún podía andar”, dice. Torras asegura que le habría gustado ver la decoración este año: “Me habría encantado estar en la Navidad, ver las luces y palparlas, pero ya no me molesto en pensarlo, ahora ya no; no vi las luces, porque no me atrevo a salir a la calle, aquí si me defiendo, pero fuera me da miedo; hace pocos años que me quedo en casa, hace tres aún andaba yo por ahí”. Desde su casa es consciente del cambio de la ciudad: “Ha evolucionado mucho, hasta Gran Vía, por donde me brujuleaba hasta hace poco; dicen que está quedando muy bien”

Este aislamiento no tiene nada que ver con la pandemia: “Con el confinamiento del covid yo lo he pasado bomba, no entiendo a la gente quejándose por estar enclaustrada, a mí no me llegaba el tiempo, venía a trabajar, en medio de la pintura estuve muy bien, nadie me molestaba”. Le parece insólito que “hubiese gente que tenga que ir al psiquiatra por estar en casa, no tendrían nada que hacer, yo sí tenía y no me llegaba el tiempo”. Con la muerte muy presente, afirma sentirlo por los que enfermaron y murieron, “pero qué le vamos a hacer, c´est la vie”. Tanto su mujer como él recibió las dosis correspondientes de la vacuna, “nos la vinieron a poner aquí, la Seguridad Social se portó cojonudamente; si hay que poner otra, encantados”.

Couso Galán
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Blusens
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