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La castañera, heraldo del frio.

La castañera, "especie de golondrina de invierno, anuncia con su llegada el cambio del tiempo y consuela de buena mañana las manos y los estomagos con sus calidos zonchos".

La castañera, heraldo del frío

Hemeroteca del jueves, 10 de octubre de 1895. «Especie de golondrina de invierno», anuncia con su llegada el cambio de tiempo y consuela de buena mañana las manos y los estómagos con sus cálidos zonchos

https://i.avoz.es/sc/cGI9f6o2NHdRCndkp3Rb2nhZVHg=/x/2018/10/26/00121540587132481975211/Foto/1.jpg

Á. M. Castiñeira
Redacción / la Voz 27/10/2018 05:00 h

«Es el heraldo del frío. Una especie de golondrina del invierno». Con ella, «que siempre es júbilo», llegan las nieblas otoñales, «que son siempre tristeza y frialdad». Pero llegan también «las tardes de invierno al amor de la lumbre» y las «castañas jugosas», ya sean «tostadas sobre vivo rescoldo o hervidas entre ramas de aromático anís».

Su aparición, como la del «hombre de las piñas», como el «clásico vendedor de café caliente -que en el verano expende refrescos, ejemplo de la constante mutabilidad de las cosas humanas-, coincide con la caída de las hojas». Y por las mañanas, «al romper el día, ofrece el sabroso fruto, cocido», el zoncho. Las castañas asadas «dominan por tarde y noche», cuando «en las esquinas, sobre el asador, dóranse» obedeciendo a una cuchara de madera usada «para todas las manipulaciones, que se reducen a darles vueltas con arte, para evitar que se carbonicen».

«Ala, que van fervendo!»

La castañera «clásica, vocinglera», es mujer pobre que «cuece su apretada olla de castañas y sale a venderlas para ayudar al sostén de su familia. Con la mezquina ganancia que obtiene acaso alivia momentos de infinita miseria». Pero la castañera es también animosa, «despierta alegrías cuando al disiparse las nieblas de la mañana se oye a lo lejos su voz brava, fresca, tumultuosa». Grita: «Ai, que risas...! Quen quere castañas?». Anima: «Ala, que van fervendo! Ala, levade castañas!».

Los compradores obedientes se multiplican. «Cinco céntimos de castañas cocidas confortan el estómago y dan calor a las ateridas manos. De suerte que para los pobres son un alimento y un manguito. Los sibaritas, después de las castañas, suelen tomar una copita de anís. Porque el anís es un complemento indispensable de las castañas cocidas, como el vino lo es de las asadas». Son una delicia, sobre todo, para los más pequeños, porque «para los chiquillos un perro chico de castañas constituye una de esas escasas dichas que se logran en la tierra», mientras que «en las aldeas de Galicia la castaña es no un regalo, sino un suplemento de alimentación. No sirve como en otras partes para engordar el ganado, sino para nutrir a las personas... Y cuando las crudezas del invierno relegan al pobre labrador a su choza, días hay en que no come sino castañas...».

De ahí que cuando llega octubre y el fruto está «ya maduro y en sazón», grupos de hombres con varas largas, «derechas y conformadas como caña de pescador», se empleen a fondo «para sacudir, para derrubar de los árboles» las castañas. «Los erizos, pletóricos, revientan mostrando por entre la ya dorada defensa de sus púas el fruto que pugna por saltar», y aunque «tiene su peregrina ciencia el buen empleo de tales vergas», finalmente «van cayendo con leve frufrú de hojas y ramas desgajadas».

Mientras, por su lado, «todos los rapaces de todas las aldeas, revolando como gorriones -¡pillos, más que pillos!, ¡rillotes, más que rillotes!- hacen desmoche tremendo en las corredoiras y en los sotos, a pedrada limpia, tirando paus a la rebola o trepando audaces».

Mil y una variedades

Caen morcegas, berdellas, albariñas, bravas -«que son las de mejor guarda»-, luguesas, tempranas, espiñudas, patosas, rosendas... Cada una con su tamaño y su sabor, pese a que «creen los profanos que no hay más que una sola clase de castañas. ¡Error profundo!».

Así que «bienvenidas sean las castañeras... y las castañas», que «seguramente harán la delicia de muchos gastrónomos, que abandonando clásicos modos de comerlas, se entregan a las [...] confitadas, o las toman con natillas, o las toman -y esto es casi un secreto- cocidas en vino de Jerez. Nosotros las hemos probado así, pero declaramos que las preferimos cocidas en agua... y el [...] Jerez, después».

 

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