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Talento gallego en el exterior. Cuando el retorno es el problema.

Galicia los formó, financió su carrera universitaria, la crisis y otros factores los expulsó, muchos encontraron su estabilidad, ¿que les puede hacer volver a Galicia?.

Galicia los formó en un sistema que financió alrededor del 70 % de su carrera universitaria, pero la crisis los expulsó. Tras varios años en sus países de acogida, ¿qué les haría volver a Galicia? Muchos de ellos han encontrado fuera la estabilidad que les negó su país

Gladys Vázquez
Redacción / La Voz 11/03/2018 05:00 h

95.000 personas. Es la imponente cifra de gallegos que se fueron de la comunidad desde el 2007 con destino al extranjero. Si en el 2003 dejaron España 2.250 gallegos, cuatro años después lo hacían 11.700. Era 2007 y la crisis no era solo un tema de discusión de la clase política. Era la realidad a pie de calle. Ya no valía con irse a Madrid o Barcelona. Había que buscar trabajo mucho más lejos. En 11 años se han ido a otros países más de 25.000 gallegos de entre 25 y 34 años. Muchos de ellos con una altísima formación. Son datos oficiales. Los mismos que dicen que el saldo migratorio está empezando a equilibrarse. ¿En qué medida ha vuelto ese talento? Entre el 2008 y el 2016 llegaron a Galicia 7.500 licenciados. En el mismo período se fueron más de 15.000. Ellos fueron a buscarse la vida y son sus países de acogida los que aprovechan su formación. Según el INE, la mayoría se han ido a Reino Unido, Francia y Alemania.

Esa cantera se ha formado por lo general en las universidades gallegas. Tras años de congelación, somos la comunidad con las tasas más bajas de España. Un estudiante paga de matrícula en la Universidad de Santiago entre los casi 600 euros y los poco más de 1.000 de media por curso. ¿Pero cuánto le supone esa formación a la universidad? A la USC, de media, le cuesta un grado completo en Humanidades 18.132 euros. El alumno pagará unos 2.400. En el caso de una ingeniería, el estudiante tendrá que invertir en todo el grado 3.300 euros. A la institución le costarán sus estudios algo más de 28.000. Es una cuestión de igualdad. Que estudien los mejores, no solo los más ricos. ¿Qué sucede cuando ese colectivo se va? La respuesta es sencilla: su propio país ha dejado marchar su propia inversión en conocimiento. En Francia, la matrícula al año cuesta unos 200 euros. En Alemania, 50. En Dinamarca es gratuita. La diferencia: sus profesionales se quedan. El otro extremo es Estados Unidos. Allí, una carrera puede costar 30.000 euros al año o más. Los estudiantes hipotecan su vida. La idea es que lo devuelvan cuando sean profesionales. La fórmula mágica no existe, pero la clave está en que los países formadores eduquen a los suyos para que sean también sus profesionales del futuro. Sus médicos, sus ingenieros o arquitectos. Su motor.

Retener el talento

Dolores Pérez

La Administración gallega tiene en marcha el Plan Estratégico de la Emigración 2017-2020. Entre sus objetivos: fomentar el retorno. Y eso coincide con las aspiraciones de aquellos que se fueron: nuestros emigrantes están deseando regresar. Cómo hacerlo aún es una incógnita. La arteixana Tatiana Regueiro, arquitecta, se cansó de intentarlo en los estudios gallegos. Sí le abrieron las puertas en la empresa de su ramo más conocida en Birmingham. También en Auckland. «¿Que si se ha desperdiciado el talento? ¿Gracias por hacerme esa pregunta?», nos dice desde el otro lado del mundo. «Mi generación tuvo la suerte de que nuestros padres pudieron pagarnos los estudios. La mayoría volvimos a la universidad al terminar nuestra titulación a por otro grado, un máster o un doctorado. Es bastante frecuente encontrarse gente con dos titulaciones. Sin embargo, se nos ha expulsado de nuestra casa, sin poder devolver el favor tan grande que nos habían hecho: darnos educación. Hemos entregado nuestro talento a países que lo han recibido a coste cero. España se lo está perdiendo», asegura una joven a la que solo le ha llegado en cinco años una oferta de su tierra. «Era un contrato temporal de 800 euros. Si comparo lo que me ofrecían en Reino Unido o Nueva Zelanda, la respuesta es no: no hay posibilidades para arquitectos. Algunos creen que estamos desesperados por volver a cualquier coste».

En el caso a Miguel Antón Barro, y a pesar de ser ingeniero, cree que el suyo es uno de muchos de los ejemplos de la situación de su profesión. Aunque se fue a la «aventura» a Reino Unido, no tuvo problemas en trabajar primero de camarero para reforzar su nivel de inglés. «Si aquí buscas trabajo, lo encuentras. El proyecto en el que estoy es una de las estaciones de Crossrail y lleva aportado a la empresa una facturación de más de 50 millones de libras desde el 2012».

El ámbito en el que se mueve la tudense Belén Sousa en Múnich es muy específico: la animación. Trabaja en grandes proyectos y tiene puesto el punto de mira en las grandes ciudades españolas, pero no descarta seguir por el mundo. «Me encantaría conocer Framestore, MPC o ILM. Tienen sede en Londres y Canadá. Este último país me llama mucho. Me han hablado muy bien de la vida en Vancouver». El resumen es sencillo: quieren trabajar de lo suyo con calidad de vida. Es lo que ha conseguido el investigador David Brea en Manhattan, a quien no le gusta la expresión «vivir de la ciencia». «Tiene connotaciones negativas. Parece que dependemos de la caridad. Necesitamos condiciones y perspectivas que nos permitan trabajar, establecernos y planear proyectos a largo plazo». Él dejó Galicia por los requisitos de una beca. Ahora no ve que haya posibilidades de volver. David da con una de las claves: regresar sí, pero... ¿En qué condiciones y a qué precio?

«Me gustaría volver, pero lo veo tan complicado en estos momentos que ni me lo planteo»

Gladys Vázquez .asdf

«Posibilidades de seguir trabajando en ciencia y progresando en mi carrera». Su deseo parece simple, ni grandes sueldos, ni grandes condiciones, solo futuro. Serían los requisitos de David Brea para regresar a España cuando está a punto de cumplir cinco años trabajando como investigador en la Universidad de Cornell, en Nueva York. «No se puede hacer ciencia pensando que en cualquier momento se elimina la financiación, cambia la situación política y tienes que cerrar el laboratorio y volver a emigrar».

Este investigador compostelano de la cosecha del 82 se fue a Estados Unidos porque era uno de los requisitos de su beca de investigación. Después la estancia se fue alargando. «Esta universidad está en el puesto 14 del mundo. El nivel es alto y competitivo y, sobre todo, atrae talento, a los mejores investigadores a nivel mundial. En el área en la que trabajo se concentran centros de la Universidad de Cornell, de Rockefeller y el Memorial Sloan Cancer Center. Por sus centros han pasado o trabajan varios ganadores de premios Nobel»..

«Me ofrecí a trabajar gratis, pero ni así me llamaban»

Gladys Vázquez .asdf

Tatiana Regueira (Arteixo, 1986) salía de la UdC en el 2012 como flamante arquitecta. Había terminado uno de los grados «duros» en uno de los peores momentos. «Solo conseguí hacer unas prácticas en un estudio de tres meses. Por supuesto, no remuneradas». Después llegaron una panadería y una tienda. «Lo intenté, envié cientos de currículos, pero sin éxito. Solo me llamó una empresa, pero nada. Y eso que no me importaba el dinero. He llegado a ofrecerme para trabajar de becaria, pero ni gratis me llamaban». Recién empezado el 2013 llegó la aventura. Se fue con su novio a Reino Unido -él llevaba dos años en paro- y lo hizo sin trabajo. Su primer destino: Birmingham. «Tenía ilusión, pero también desconcierto. Empecé a trabajar de nanny por las tardes. Por la mañana limpiaba tres casas. En noviembre me llamaron de un estudio mediano». Era su primera experiencia de lo suyo en Birmingham. Y sí, le pagaban. «’Yo vengo gratis’, le dije a mi jefe. Y él me contestó ‘menos de 9 libras la hora no puedo darte’. Era más de lo que esperaba». Recuerda esa experiencia como algo maravilloso. Muy similar es el recuerdo del segundo estudio: «Era una de las firmas más conocidas de la ciudad. Fui muy afortunada. Me enseñaron muchísimo». ¿Cómo llegó entonces Tatiana a Nueva Zelanda? «Tras el brexit se empezó a respirar incertidumbre». Tatiana envió solicitudes al otro lado del mundo. En Canadá o Nueva Zelanda buscaban arquitectos. «¡Me respondieron cuatro empresas!» Y así terminó en Auckland. «Trabajo en una de las firmas más conocidas. Modelo en 3D usando herramientas BIM, coordino y gestiono proyectos. En lo económico he dado un salto, pero la vida aquí también es más cara». Tatiana se plantea, como todos, volver. Se da cinco años. «No voy a exigir un salario igual, pero sí proporcional. Me gustaría un empleo fijo, flexible, en el que pueda organizar mis horarios».

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