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Luis Torras: “No recomiendo a nadie llegar a 107 años”.

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Sociedad El decano de los artistas plásticos está de cumpleaños

Torras: “No recomiendo a nadie llegar a 107 años

Elena Ocampo Vídeo: Marta Clavero 28/12/2019

Fiel a su cita con la Pascua, el pintor en activo más longevo de España –quizás del mundo–, Luis Torras, aparece como un pincel tras la puerta de su casa en Vigo, atravesando los más de quince peldaños de la escaleras como si los años no pesaran y las articulaciones estuvieran recién engrasadas. Mañana cumplirá 107 años. Aún así, es difícil apreciar diferencias en su rostro o en su ánimo con respecto al año anterior, o al otro…  “Las deficiencias físicas ya son evidentes y la memoria también va bajando cada día”, lamenta a pesar de su movilidad envidiable. “No le recomiendo a nadie que llegue a los 107”, bromea. Y su compañera no se queda atrás. Su mujer, María Jesús Incera, que raya en la centuria, conserva una inmortal belleza en la mirada que  ocupó los pinceles de su marido en más de una ocasión. También un cuadro que preside el hall del hogar.

“Donaré esta obra, como ya hice con gran parte de mi legado”, avanza a FARO

Entrando a la derecha, en un salón de grandes ventanales, el pintor atesora obras de gran formato que ha ido componiendo y bocetando en los últimos tiempos. Con más de 500 obras firmadas a sus espaldas, resulta casi increíble ver cómo se las apaña con el caballete y los lienzos. “Y si dejas de trabajar, ¿qué haces?”, reafirma. Un nuevo cuadro sale del vientre de ese espacio, a medio camino entre almacén y pinacoteca. ¿Su última obra? Afirmativo. Una de las más recientes escapadas de Luis Torras le ha nutrido artísticamente. Las luces de la Navidad viguesa, cuya fama se ha extendido más allá del Atlántico, centran ese lienzo. Un cielo nocturno que preside el alumbrado de Príncipe, el árbol gigante detrás del Sireno y los grupos de visitantes han recalado en el fondo de la retina del artista. “Es Porta do Sol las navidades pasadas”, reconoce. El tratamiento de las luces recuerda a aquel baile en el Moulin de la Galette del célebre Renoir. Tienen algo casi mágico esos círculos tan cargados de luz. Pero Luis Torras no suelta prenda. “Me llevó mucho tiempo, quizás un mes. La pintura me absorbe. Y tengo otros que, por insatisfacción, he hecho trizas”, reconoce tajante. “Sigo ensayando técnicas para mejorar, estudio cada día…”, ilustra como toda respuesta. Ciertamente, es increíble en el fondo y la forma. Continúa experimentando con nuevos materiales y con sus pigmentos para que no se alteren los colores con el paso del tiempo, al tiempo que combina con los más contemporáneos acrílicos.

Austero, elegante, enjuto. Disciplinado. Solitario. Dotado del tesón necesario para seguir su ritmo ‘kantiano’ de trabajo a pesar de haber cruzado el umbral del siglo de vida. Como el célebre filósofo Immanuel Kant, el pintor vigués Luis Torras se levanta casi con el sol, cada día, a las 7.30 horas. Luego de desayunar y practicar su gimnasia matutina, lee el FARO y solo entonces se encierra en su mundo pictórico. “Conocí a Eladio de Lema y Marina [hijo del fundador de FARO de Vigo, Ángel de Lema Marina, quien le sucedió en la dirección] en la redacción de la calle Colón”, explica Torras, quien era hijo del representante de las balas de papel que usaba el rotativo. “Yo era un chaval y alguna vez me encontré allí con Castelao, que iba a llevar sus ‘Cousas da vida’, lo mejor que hizo y que le gustaba a todo el mundo”, sonríe recordando un chiste sobre un cacique.

“Vi a Castelao de niño, en FARO en la calle Colón, a donde llevaba sus ‘Cousas’”

No solo las técnicas, si no la composición del cuadro, le consumen horas y días. Últimamente, incluso le desvelan de madrugada. El pintor figurativo reconoce que no hay teléfonos, internet, ni televisiones en esa estancia de su casa taller en la calle Emilia Pardo Bazán porque “más bien me molestan y las uso lo menos posible”.

Torras tampoco vende su obra. “Mis cuadros no están a la venta; estos los donaré como gran parte de mi legado”, reconoce. Del mismo modo, se sincera. “Me moriré tranquilo y ‘con las botas puestas’, pintando hasta el final. He vivido situaciones fuertes, de vida o muerte, pero todo el mundo pasa las suyas”.

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Su mujer, María Jesús Incera, compañera desde hace 73 años –se casaron en 1946– es también  una ‘colaboradora necesaria’ en ese arte de pintar. Ayer mismo reconocía que, cuando es preciso, realiza alguna de las pinturas caseras cuya receta Torras ha ido perfeccionando. “Me dice cuánto debo echar de aceite, de huevo…” y deja la última palabra en suspenso, como en la levadura del buen panadero artesano. Hija de militar y nieta de notario, conoció al pintor en Andalucía. “Ella fue una belleza”, regala el artista en un gesto correspondido.

Consultado sobre esa receta para llegar a atravesar un siglo de vida, el pintor se muestra desconcertado: “Eso me gustaría saber a mí, porque mi vida no ha sido fácil”. Bromea de nuevo con la posibilidad de desvelar en un best seller el elixir de la longevidad. “Me cuido un poco más a la hora de comer y me acuesto a las 22.00 horas… Pero duermo poco y eso es una tara tremenda”, protesta.

Tampoco ha vuelto a exponer Luis Torras desde 2008. La Casa das Artes, sede permanente en Vigo de su colección, le dedicó una antológica ese año con medio centenar de lienzos. Fue la última muestra individual del pintor, que donó a su ciudad 17 cuadros en depósito, que se sumaron a otros 50 lienzos donados la década anterior.

Lo más emotivo de su recuerdo aflora sin dudas: el homenaje que le brindaron antiguos alumnos de la clase de dibujo ornamental que impartía y los profesores, por su 104 aniversario, le llenó el alma. “Me emocioné. Que casi cincuenta años después, los estudiantes de Artes y Oficios se acordasen de mí, fue uno de los actos más emotivos de mi vida”, reconoce. Nacido en la calle Alfonso XIII, el artista visitó mucho el casco vello para plasmar en sus lienzos el alma del Vigo marinero, ese por el que correteaba siendo un chaval antes de la guerra y antes de que un balazo le dejara sordo. Y en uno de sus últimos bodegones se ve también ese encuadre, el fondo de una ventana abierta al casco vello

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