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Incendios forestales en los montes periurbanos de Galicia.

En el verano de 2006, en dos semanas, a lo largo de la autopista del Atlántico entre Pontevedra y Santiago, ardieron más de 70.000 hectáreas (una superficie equivalente al 25 % de las hectáreas quemadas durante los 17 años anteriores).

Incendios forestales en los montes periurbanos de Galicia

JOSÉ PÉREZ VILARIÑO / CATEDRÁDICO DE SOCIOLOGÍA   | 07.04.2019 

En el verano de 2006, en dos semanas, a lo largo de la autopista del Atlántico entre Pontevedra y Santiago, ardieron más de 70.000 hectáreas (una superficie equivalente al 25 % de las hectáreas quemadas durante los 17 años anteriores). En 2017, además de grandes incendios en montes del interior, los días 14 y 15 de octubre el fuego quemó unas 49.000 has. de bosques periurbanos en el área de Vigo. La gravedad y la novedad de estos hechos obligan a una investigación rigurosa, que no puede reducirse a una indagación policíaca y judicial de eventuales incendiarios. Resulta ineludible analizar, no sólo la presencia de factores físicos (en particular temperatura, niveles de humedad y velocidad del viento) sino también de determinismos socioeconómicos de riesgo, cuya prevención depende directamente de la acción humana.

Desorganización Social e Incendios Forestales. La especial alarma social de estos dos veranos está asociada al hecho de que la ola de incendios no se centró, como venía siendo habitual, en los territorios despoblados del interior, sino que afectó al eje Pontevedra-Santiago en el primer caso, y al entorno metropolitano de Vigo, en el segundo; esto es, a las áreas más pobladas y dinámicas del Centro y del Sur de Galicia.

Hasta ahora, en algunos de estos espacios podían producirse un cierto número de pequeños fuegos, pero muy contados incendios de cierta entidad. El monte tradicional, además de madera, brindaba a la sociedad agraria una diversidad de beneficios vinculados al aprovechamiento de leña, pastos, frutos silvestres, caza etc. El monte y la foresta -a pesar de encontrarse fuera, estaban integrados en la trama social, económica y cultural de la comunidad rural gallega, y el fuego constituía una importante herramienta en la gestión de estos espacios. En muy pocos años, Galicia abandonó su denso tejido de aldeas para concentrarse en torno a la autopista del Atlántico, configurando un desordenado espacio urbano con una elevada confusión de nuevos usos. Al mismo tiempo la UE, obsesionada por reducir la factura de su política agraria, incentivó la forestación de las tierras agrícolas abandonadas, pero sin preocuparse por garantizar su gestión.

El resultado es una desordenada acumulación de madera y biomasa sin solución de continuidad, que transmite al monte las tensiones de un nuevo espacio urbano sin el ordenamiento imprescindible. Se trata de un fenómeno similar al que ha dominado y todavía deja sentir su influencia en la tasa de accidentes de tráfico en las carreteras, que se agrava al introducir nuevos tipos de vehículos sin una regulación y vías específicas.

El Plan Forestal de Galicia (1992), previendo el rápido incremento de un grave riesgo socioeconómico de incendios forestales, implantó como medida preliminar o punto cero de partida un nuevo modelo profesional y comarcalizado de prevención y extinción (PFG, capítulo VII.1). Substituir las capitales de provincia por las cabeceras comarcales hace posible llegar antes a los puntos de ignición para evitar que los fuegos se transformen en incendios. (Con esta nueva estrategia se pudo pasar de las casi doscientas mil hectáreas ardidas en 1989 a menos de ocho mil, cuatro años más tarde). Al mismo tiempo, señalaba la urgencia de diseñar y difundir una nueva cultura forestal de base profesional, que permitiese a los nuevos urbanitas comprender las exigencias del monte y sus recursos forestales (PFG, cap. V).

Las deficiencias en esta cultura han permitido el arraigo de fuertes prejuicios partisanos utilizados como arma política; destaca la división simplista de los árboles en buenos (árboles autóctonos o nacionales) y malos (árboles invasores o extranjeros). Tales posicionamientos rígidos dificultan la negociación de los acuerdos a largo plazo que requieren los turnos de los árboles, la ordenación de los usos de los montes y las fuertes inversiones de las empresas que necesitan garantizar un suministro regular de los recursos renovables que procesan.

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