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«A Galicia le falta el sentido épico; aquí lloramos, en vez de luchar».

El historiador pontevedrés presentó el pasado viernes «A rienda suelta», sus memorias de niñez y adolescencia.

«A Galicia le falta el sentido épico; aquí lloramos, en vez de luchar».

El historiador pontevedrés presentó el pasado viernes «A rienda suelta», sus memorias de niñez y adolescencia.

RAMON LEIRO

Xiana R. Olivares
Pontevedra / La Voz 15/09/2019 05:00 h

Xosé Fortes Bouzán (Caroi, Cotobade, 1934) es historiador y exmilitar, miembro fundador de la UMD (Unión Militar Democrática). Se rodeó de algún «rojo empedernido», si bien él nunca fue un hombre de fe: jamás creyó en el infierno o en el aceite hirviendo. Y aunque no puso un pie sobre una mesa, también fue un «profesor Keating» para soldados y alumnos, que siempre lo recordarán como su gran capitán. De adolescente, en sus jornadas clandestinas en la biblioteca entre tomos prohibidos, erigió la suya propia, que contiene los títulos que le hacen ser quien es. Le costó una vida en pecado mortal, pero a través de los libros descubrió un universo en el que todo era posible, por lo que jamás concibió un mundo que no se pudiera cambiar. El pasado viernes presentó si libro de memorias A rienda suelta, que publica el sello gallego Ediciones del Viento.

-¿A qué Xosé Fortes vamos a encontrar en este libro?

-Al Xosé Fortes niño y adolescente. El libro acaba cuando cumplo veinte años, que es cuando salgo oficial del Ejército y hago mi hazaña en la aldea. Es un libro biográfico, que trata de narrar lo difícil que es siempre hacerte mayor.

-¿En qué mundo nació?

-Mi mundo era prácticamente el Antiguo Régimen. La ropa de diario se tejía en casa, la abuela pasaba las noches de invierno con la rueca y mi abuelo me hacía los zuecos. El libro refleja ese mundo tan lejano, que ha desaparecido hoy. Mi ética tiene más que ver con el mundo aldeano que yo viví que con el cristianismo. Le debo mucho más a mi aldea que a los evangélicos. Allí entendían que, si no te deslomabas trabajando en la adolescencia, si no eras el mejor segador, pescador, cazador... luego no eras hombre. Las matrículas no valían para nada. Yo estudié para pinchacolilla, lo que fui hasta que domé al Rubio.

-¿Y cómo domó al Rubio?

-Pues con muchas caídas. Había cientos de personas mirando. Yo presumía de mis botas altas y de ser un buen jinete, y me comprometí a domar al Rubio, un caballo precioso, criado en el monte, que metía miedo. Fue toda una hazaña. Yo sigo siendo el hombre que domó al Rubio.

-¿Qué referentes tenía entonces?

-La familia. Las noches de invierno no había luz, ni electricidad, ni radio. Vivíamos aislados, y al fuego ardiendo se contaban historias familiares. Yo lo que hago es seguir la tradición familiar. Mi madre dejó escritas sus memorias para sus nietos y los demás dejaron la memoria oral.

-¿Es este libro un canto a la nostalgia?

-Todo lo contrario. La nostalgia mata cualquier narración. Es la ironía y el humor lo que hacen que algo tenga interés, o el libro se convierte en pura melancolía. Elegí contarlo en clave heroica, porque me crie entre caballos. Por otra parte, me crie con John Ford y el cine del oeste. Decidí darle ese tono porque a Galicia le falta el sentido épico; aquí lloramos, en vez de luchar. Ya está bien de llorar: la vida hay que afrontarla con valentía. Hay que luchar por algo en la vida, lo otro es dejar que te zarandeen.

-¿Qué siente al haber sido una persona que resulta incómoda para el poder?

-[Ríe] Pues estoy satisfecho. Después te van reconociendo. En el año 2010 nos concedieron la medalla al mérito militar, por Carme Chacón, por quien tengo una enorme admiración. Recibí una cantidad enorme de correos de generales que me decían que renunciaban a la medalla para no compartirla conmigo. Aun entonces estaban, así las cosas. Carme le echó mucho valor.

-¿Hasta qué punto es importante la memoria?

-Un desmemoriado no es nadie, deja de existir. La historia nos construye. El pasado es importante, no es cosa de glorias patrias. Lo llevamos dentro, y hay que ponerlo al día para ver el activo y el pasivo de este patrimonio.

-¿Y en qué mundo vive ahora?

-Vivo en un mundo mucho más negro que ayer. Los últimos diez años hemos caminado para atrás de manera casi irreparable.

Ni los títulos ni las medallas importan en su aldea, donde siempre será conocido como el que logró domar a un caballo imposible. Esa fue la hazaña que lo convirtió en un hombre a sus veinte años. Su vida hasta entonces es lo que plasma en estas memorias.

-¿Cuándo un niño deja de serlo?

-Te haces hombre cuando logras una hazaña, cuando matas al Rubio. Pero dejé de ser niño cuando me di cuenta de que las chicas no eran de otro planeta. Ellas jugaban a la rueda y no tiraban piedras ni andaban a tortazos como nosotros. El día que me deslumbraron me di cuenta de que el mundo era muy complicado.

-Los niños tienen la imaginación como refugio.

-Es su única salida mental, sí. La imaginación es imprescindible para vivir.

-Pero luego pierden la inocencia.

-Algo de inocencia siempre conservamos. Incluso a mi edad. Siempre quieres creer que es posible cambiar el mundo, porque el día que bajes la guardia, y pienses lo contrario, estarás perdido. Hay que tener la esperanza de que algún día podremos entre todos, democráticamente, poner coto a los privilegios y atender a las necesidades básicas de un Estado de derecho.

-¿Es suficiente?

-No. Es lo mínimo. Después ya te metes en los líos que puedes.

-Usted se metió en muchos.

-Muchos. Me metieron en la cárcel, me echaron del Ejército... las pasé muy moradas, con cinco hijos. Fueron dos o tres años muy duros. Pensé incluso en montar un restaurante, y es que yo cocino muy bien.

-¿Qué le daba fuerzas?

-Pensar que estábamos avanzando. Porque después de mi juicio llegó la transición democrática, y el 23-F se frustró porque nosotros habíamos corroído la disciplina militar en cierto sentido.

-¿Cómo recuerda los años de militancia en la UMD?

-Fueron los más apasionantes y heroicos. Aquel era otro mundo. Corrías el riesgo de que al final te acabaran deteniendo, procesando y condenando, con expulsión del Ejército y cuatro años de cárcel.

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