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Ons: el paraíso inmune

En un tiempo en el que el coronavirus golpea globalmente de forma indiscriminada, sin reconocer continentes ni fronteras, la Illa de Ons se ha convertido en esa irreductible aldea gala que sobrevivía al dominio de los romanos en los cómics de Astérix

Ons: el paraíso inmune
Vecinos de Ons en su día día Fotos cedidas Parque Nacional Illas Atlánticas
César Collarte – FdV - 12/04/2020
En un tiempo en el que el coronavirus golpea globalmente de forma indiscriminada, sin reconocer continentes ni fronteras, la Illa de Ons se ha convertido en esa irreductible aldea gala que sobrevivía al dominio de los romanos en los cómics de Astérix. El aislamiento que ha sufrido históricamente y que ha servido para forjar el recio carácter de los isleños se ha convertido ahora en una evidente ventaja a la hora de frenar la pandemia. Una docena de vecinos pasa el confinamiento en un archipiélago al que, por fortuna, el virus ha respetado.

“La gente compró vivienda en Bueu, en Cangas, en Portonovo, pero nuestra vida y nuestro cariño estarán siempre aquí, en la isla”. La frase pertenece a Emilio Martínez, “Milucho”, pero podría ser perfectamente suscrita por cualquiera de los nativos de la Illa de Ons y, especialmente, por la docena de ellos que pasa el obligado confinamiento por la pandemia del coronavirus en el archipiélago. Una decisión –meditada en la mayoría de los casos– que les ha permitido esquivar por el momento a la enfermedad en un lugar que en esta época del año debería estar lleno de turistas en busca de uno de los últimos paraísos perdidos.

Te agobias por lo que oyes en la televisión; es algo terrible - Emilio Martínez

Milucho, Carmen , Chefa y Manolo

Milucho, Carmen , Chefa y Manolo

Algunos vecinos tomaron el último barco para pasar el encierro en la isla.

“Si hubiese transporte, allí estaría la mayoría; al no haber contagios es un lugar perfecto”, razona María José Pérez, presidenta de la Asociación de Vecinos y Amigos de Ons. De hecho, justo antes de decretarse el estado de alarma, varios tomaron el último barco para recluirse en la isla. Es el caso de Milucho, que marchó por recomendación de sus hijos. “Nos mandaron venir, y la verdad es que aquí todo se lleva mejor que encerrado en un piso”, afirma. Con 76 años todos sus recuerdos están en la isla. “Nací aquí, me casé aquí y tuve a mis hijos aquí”, señala. Ahora comparte encierro con su mujer,

Lo único que mandamos que nos traigan es el pan, del resto tenemos de todo - Manuel PAtiño // vecino casa 79

 Manuel Patiño // vecino casa 79

Manuel Patiño // vecino casa 79

Carmen Patiño, y con sus cuñados Manolo “O Rei de Meiro” y Josefa Patiño. Eso hace que las jornadas sean más llevaderas. “Está bien, porque hablamos, echamos siempre la partida y caminamos alrededor de la finca, así que estamos entretenidos”, manifiesta. Y si no, siempre se puede disfrutar de la naturaleza. “Vemos toda la Ría, y la verdad es que nunca había visto tanto conejo y tanto pájaro en la isla”, completa.

Antes no tenías ni luz ni nevera; ahora aquí se vive de maravilla

 juan reiriz y josefa otero // vecinos casa 40

 

juan reiriz y josefa otero // vecinos casa 40

De las limitaciones de un piso también huyeron Josefa Otero y Juan Reiriz, de 68 y 74 años, respectivamente. “Al menos tomamos el sol, porque en Bueu estábamos siete personas en un piso”, relata ella. Tuvieron que regresar a tierra para acudir a una consulta médica y volvieron a su isla natal. “Aquí vivieron mis padres siempre, veranos e inviernos, e inviernos de los de antes, sin luz ni nevera ni televisión. Ahora se vive de maravilla porque hay de todo”, subraya. Arturo Goberna y su mujer Esther Patiño tenían previsto pasar estos días en una isla, pero no era Ons, sino Ibiza. “Teníamos un viaje por el Imserso y lo suspendieron”, dice, si bien, una vez surgieron los primeros casos del coronavirus, “ya pensábamos que era mejor perder el dinero y no arriesgarnos”. Así que la alternativa fue Ons.

No nos queríamos ver en un apartamento, en donde no te puedes ni mover

Esther Patiño y Arturo Goberna // vecinos casa 82

Esther Patiño y Arturo Goberna

Esther Patiño y Arturo Goberna

“Decidimos venirnos y echar unas patatas. Aquí siempre hay algo que hacer, y alrededor de la casa podemos caminar. No me quería ver yo en un apartamento sin poder moverse”, afirma. Manuel Patiño y Marisol López ya tenían previsto acudir al archipiélago, a plantar patatas y a cuidar las gallinas, y lo único que echan de menos es no tener los recursos para poder plantar otros productos de temporada. “Por lo menos podemos andar por dentro del terreno, que es bastante grande”.

Residentes habituales

En cambio, a Cesáreo Pérez y a su mujer Victoria López la declaración del estado de alarma ya les cogió en Ons, en donde residen habitualmente y llevan desde el pasado 7 de enero. “Pasamos las navidades en tierra con los hijos y ya nos vinimos”, señalan, aunque ahora sí reconoce echar de menos a la familia. “Los nietos loquean y quieren venirse, pero si no se puede no se puede. Y lo importante es que no venga la enfermedad para aquí”, manifiesta Cesáreo. Estar con ellos será una de las primeras cosas que hagan cuando regrese la normalidad, otra será pasar por la peluquería, como apunta con sentido del humor. “Tengo un pelo que parezco una oveja, tenía que cortarlo, pero sin barco y ahora con estoCesáreo Pérez y Victoria López …”, comenta entre risas.

 

Cesáreo Pérez y Victoria López

Vivimos aquí durante todo el año y lo que más echo de menos es la familia, poder ver a los nietos

Cesáreo Pérez y Victoria López // VEcinos casa 84

La pandemia los ha empujado a todos ellos a algo similar a una economía de autoabastecimiento, sustituyendo las largas colas en los supermercados por un regreso a una alimentación más natural, echando mano de la huerta, de los animales y, cuando se puede, del propio mar que les rodea, toda vez que algunos de ellos tienen hijos faenando por la zona y que les suministran parte del quiñón.

Pepe de Miro alimentando a sus gallinas

Pepe de Miro alimentando a sus gallinas

 

“Hay que hacer como las hormigas, guardar en el verano para tener para el invierno”, señala Cesáreo Pérez, que añade que “para morir de hambre uno tiene que ser un vago”. Josefa Otero subraya entre risas que “no pasamos hambre”, mientras se prepara para degustar un arroz con bogavante, “en plato de barro”, matiza. “Trajimos comida suficiente y los hijos, que faenan al pulpo, nos trajeron una caja de pan para hacer y un pulpo. Tenemos de todo”, señala. Igual de surtidos están Manuel Patiño y Marisol López. “Vamos safando, lo único que pedimos es el pan”, dicen. Otros han optado por hacerlo en casa, a la antigua usanza. “La mujer horneó una bolla ayer, tenemos 50 kilos de patatas… De comer siempre hay”, dice Arturo Goberna. Y si falta algo, siempre se puede improvisar, como dice Cesáreo Pérez. “Si falta aceite se usa la leña y los alimentos saben aún mejor”, sentencia.

Suministro garantizado

Es una población envejecida y controlamos qué tal se encuentran y si necesitan algo

luis martínez // Vigilante del p. n. illas atlánticas

Con todo, el suministro de víveres está más que garantizado gracias al personal que trabaja en la isla y que acude a tierra con regularidad, principalmente el de los vigilantes del Parque Nacional Illas Atlánticas. Cada siete días tienen el cambio de turno y aprovechan los días previos para preguntar en las casas de los isleños si necesitan comida o medicamentos para encargárselos al retén que llegue de relevo. “Estamos muy bien cuidados, son muy amables con nosotros y solo hay que llamarlos con lo que necesitamos”, apunta “Milucho” Martínez. Luis Martínez, uno de los guardas del

Vigilantes del Parque Nacional Illas Atlánticas

Vigilantes del Parque Nacional Illas Atlánticas

Parque Nacional, afirma que “no estamos mucho más pendientes de ellos de lo ya habitual, teniendo en cuenta que es una población envejecida. Hacemos una rutina de vigilancia para ver qué tal están, saber si alguno está enfermo, etcétera”. El confinamiento se está cumpliendo sin problemas, aunque admite que se tiene una cierta permisividad por la casuística particular de la población. “Es gente mayor que si los tienes sin salir pueden ponerse peor, así que se les permite moverse al lado de casa, sin pasar de unos 500 metros, y siempre en solitario”, dice.

La cuarentena para nosotros es algo muy similar a lo que hacemos habitualmente

Gerardo Alonso y Ricardo Carracedo // fareros

Junto a ellos en la isla está trabajando una brigada de Tragsa en la eliminación de eucaliptos. “Los trabajos van muy acelerados porque no hay el turismo de una Semana Santa y no tienes que hacer parones”, completa. Los otros habitantes intermitentes de la isla son los fareros, que hacen turnos de dos semanas controlando la torre. Gerardo Alonso dio estos días el relevo a su compañero Ricardo Carracedo, asegurando que para ellos el confinamiento es “lo que hacemos habitualmente, así que se lleva bastante bien. Para nosotros la cuarentena es lo habitual”.

Gerardo Alonso y Ricardo Carracedo

Gerardo Alonso y Ricardo Carracedo

El teléfono es el medio más utilizado para tener contacto con los seres queridos, y la televisión para informarse de la evolución de la enfermedad, si bien alguno reconoce tener que apagarla para poder disfrutar de una cierta tranquilidad. “La televisión te loquea”, afirma Cesáreo Pérez, en la línea de lo que piensa Milucho Martínez. “Te agobias por lo que oyes. La estaba viendo pero ya dije que la iba a apagar porque lo que oyes es terrible”, señala. Son esas noticias, las duras cifras de infectados y fallecidos, las que los inquietan, no el hecho de tener que permanecer confinados. “Antes sí que era una esclavitud. Salías a faenar toda la semana en el mar, llegabas el fin de semana para estar con la familia y a lo mejor no podías atracar porque había temporal y tenías que volverte al mar. Eso sí que era complicado”, recuerda Milucho Martínez.

Personal del Parque Nacional y el farero comparten espacio con los isleños

La vuelta a los orígenes ha sido de todo menos traumática para una estirpe isleña acostumbrada a batallar contra los elementos y a buscar el abrigo de una isla tan áspera en ocasiones como agradecida en tantas otras. Y que ahora añade la inmunidad a la pandemia como otro de sus encantos. “Yo estuve toda la vida aquí y si no hubiese sido por los hijos, porque había que llevarlos a la escuela, nunca me hubiese marchado. Esta es otra vida, aquí se vive muy bien”, sentencia Arturo Goberna

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